Sobre mis raíces migrantes

Granadilla Podcast ha cumplido su primer año y así cómo sigo aprendiendo cómo mantener a flote esta iniciativa, sigo entendiendo en qué cómo me convertí en migrante, y cómo eso ha cambiado mi vida. Me senté a pensar que, si bien soy la primera de mi familia en establecerse en el extranjero, no soy la primera en experimentar un proceso migratorio. Te cuento un poco.

MI PAPÁ

Nació hace ya varios años en mi segunda ciudad favorita en Perú, Trujillo. Sus papás son una mezcla entre Cajamarca y La Libertad. Mi papá pasó toda su juventud en la eterna ciudad de la primavera, y al terminar la universidad, en sus palabras: bajó a la capital a ver qué había. Cuando cuenta su historia, me causa ternura. Mi papá no es exactamente un explorador, así que un cambio como ese, debe haberle tomado mucho tiempo de reflexión. La otra parte de su vida la vivió en Lima, con un pequeño break en Trujillo nuevamente, pero ya te cuento luego.

MI MAMÁ

Nació en Lima un año antes que mi papá llegara al mundo. Sus papás nacieron en Huánuco, y antes que ella llegara y luego con ella y sus hermanos, pasarían etapas entre Lima, Cajamarca y Trujillo. En este último conoció a mi papá, pero como buena novela peruana, las circunstancias los separaron y se encontraron en la capital cuando mi papá se unió al club de los migrantes.

MI HISTORIA

Cuando comencé con Granadilla Podcast tomé como referencia mi mudanza a Israel como el inicio de mi vida migrante, pero mientras más escuchaba la historia de estas más de 65 peruanas que la rompen en el extranjero, hice un pequeño viaje en el tiempo, y entendí que mi primera experiencia migrante la viví en familia cuando aún tenía 11 años y nos mudamos a Trujillo por una temporada.

Tengo recuerdos llorando por dejar a mis abuelos en Lima, por dejar a los amigos, a lo que conocí todo este tiempo, pero también recuerdo que era la puerta para conocer un poco más las raíces de mi papá, y de explorar de dónde venía su forma de hablar cantando y terminar sus oraciones con un «di». Y si bien nadie me estaba pidiendo permiso para viajar al norte, yo acepté ir.

Vivimos 4 años en Trujillo. Recuerdo que me dijeron: «la limeñita que vino a Trujillo» y recién ahí conocí la discriminación, quizá en mi tiempo en Lima había vivido en una burbuja, no lo sé. Trujillo me regaló grandes amigos, mis primeras historias de amor, también me enseñó las limitaciones de unos y de otros, y me mostró otro rostro de Perú que muchos no tienen la oportunidad de ver. También me permitió conectar con mi lado norteño, hoy siempre que digo que soy mitad limeña y mitad trujillana. Mi primera migración fue un regalo, un privilegio, y siempre volveré a Trujillo con el mismo entusiasmo y emoción como la primera vez.

Cuando volví a Lima, fue otro proceso migratorio. El desaprender la cultura y forma de hacer las cosas en el norte, para adaptarme nuevamente a la vida rápida e intensa que es Lima. Y así pasaron 10 años en Lima: terminar la secundaria, comenzar la universidad, terminarla, y luego entrar a la vida laboral. Para de pronto, sin darme cuenta de qué estaba pasando, comenzar mi tercer proceso migratorio: mudarme a Israel por un año para hacer la maestría. De acuerdo con la ONU Migración, este viaje es considerado una migración temporal, pero en mi caso, fue el inicio para mi actual migración permanente.

Terminando la maestría, conocí al que ahora es mi esposo, y si bien decidimos tener una relación a distancia por un tiempo – algún día te contaré detalles – hoy estamos casados y viviendo juntos en Jerusalén. Este es, hasta el momento, mi cuarto proceso migratorio, y fue en el cual entendí que yo era una migrante, que había dejado mi casa, no solo la familiar pero también mi país, para comenzar de nuevo en otro espacio, con otras condiciones.

Te decía al inicio que me tomó como 6 meses identificarme como migrante cuando me mudé a Israel con mi esposo, y creo que el momento clave fue cuando me dieron mi primera visa de trabajo. Era un simple sticker en mi pasaporte, pero que tenía tanta importancia. Me abría las puertas a buscar un trabajar, a comenzar a echar raíces en mi nueva tierra. Meses después renovaría el sticker por uno que hoy me hace residente temporal, y que en aproximadamente 4 años me dará la opción de solicitar la residencia permanente, o la nacionalidad, lo que decida yo. Tengo ese tiempo para seguir probándole al gobierno israelí que me interesa vivir aquí a largo plazo, pero también para que el país me pruebe que aquí puedo crecer a todas mis anchas, como lo estaba haciendo en Perú.

Llevo un año y medio como migrante, y aún estoy aprendiendo cómo combinar la cultura que me vio nacer con la que poco a poco me está adoptando. Aún extraño Perú todos los días, pero al mismo tiempo, cada día me enamoro un poquito más de mi nueva patria. Algo que me dijo mi asesora de la maestría en nuestra primera reunión – ella es migrante argentina en Israel – fue que nunca dejaría de extrañar mi casa, y por muchos años que pasen, siempre sería, primero peruana y luego israelí. Y confío en que así será, que en un futuro, espero no muy lejano, lograré el balance entre ambos países, pero siempre teniendo en claro que mi sangre y mi llamado es hacia Perú primero.

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