Aunque voy por mi tercera navidad en el extranjero, esta es la primera entendiendo que soy migrante, y antes de profundizar en esto, déjame que te cuente por qué no considero las dos primeras. Mi primera navidad fue cuando estaba estudiando la maestría, era 2017 y era mi primera aventura en solitario. Estudiando en un país predominantemente judío, la navidad no era una prioridad, tenía proyectos que presentar y clases a las que ir. Pensé que lo pasaría en casa con mi panetón y chocolate caliente, pero Dios me regaló pasarla con un compañero de clase canadiense y sus amigos que vinieron de visita. Tuvimos una cena el 25, con canciones, hablando del nacimiento de Jesús y más.
Mi segunda navidad fue el año pasado. Había llegado al país 2 meses antes, venía de estar encerrada en casa (gracias, COVID19) por casi un año, y el mismo tiempo sin ver a mi ahora esposo. Todo era una novedad, mi primera navidad con mi familia política, mi primera navidad como esposa, tú entenderás, todas las cursilerías, y así entonces no noté, nuevamente, que en realidad estaba en un espacio nuevo, lejos de mi nido.
Esta navidad, es la oficial que paso siendo una migrante. Entendiendo que desenterré mis raíces de mi país natal, Perú, para intentar plantarlas en mi nuevo lugar, Israel. Antes era una especie de migrante temporal, de viajera, pero hoy, es claro que ya comencé un viaje diferente. Para este 2021, con mi esposo decidimos que sería lindo traer a mi papá, y comenzó la ilusión que pudiera venir a Israel después de casi 4 años y pasarla con su hija y yerno, junto con la familia política.
Israel abrió sus fronteras el 1 de noviembre de este año, luego de casi 2 años de no dejar entrar turistas. Compramos pasajes, mi papá llegaría a mitad de diciembre y se quedaría hasta un par de días luego de la navidad, no queríamos que pase año nuevo lejos de mi mamá y mi hermano, pero Israel tenía otros planes. El 28 de noviembre, debido a la nueva variante, Israel cierra por unas horas el aeropuerto para vuelos provenientes de África, y al terminar el día, había cerrado fronteras para todo el mundo. Solo entraban israelíes.
La prohibición iba solo hasta el 12, es decir, mi papá aún tenía opción de venir, pero como no hay primera sin segunda, Israel extendió el tiempo hasta el 22, y ya todos sabemos que se volverá a extender. Me duele por no poder traer a mi papá, pero también pienso en todos aquellos que trabajan en el sector turismo y siguen perdiendo dinero y clientes. ¿Algún día veremos el fin de esta pandemia y sus horribles consecuencias? Por favor, ponte la vacuna, por favor.
Como migrante, y esto es algo que voy interiorizando poco a poco, no tengo tantos derechos en mi nuevo país como los tenía en Perú. Cuando volvieron a cerrar fronteras este noviembre, nuevamente se olvidaron de personas como yo, que están con residencia temporal, o aquellos que tienen visa de estudiante/trabajo y también forman parte de esta nación. Aún cuando Israel sigue ampliando excepciones para entrar al país como: padres visitando a sus hijas antes de dar a luz, o visitando al nieto/a que celebra su Bar/Bat Mitzvah, o si sus hijos están por casarse, si falleció algún familiar directo, padres de soldados judíos que decidieron venir a Israel. Para bien o para mal, mi papá no entra en ninguna categoría.
Entre las restricciones pre-covid y las actuales, te pones a pensar en tu realidad como migrante. Te cuestionas a donde perteneces realmente, y cuál de tus países va a pelear por darte los derechos que mereces. Yo soy muy afortunada de que la familia de mi esposo me ame como una hija. Que me regalen las millas para traer a mi papá, y hasta que se ofrezcan a comprarme el pasaje para mejor ir yo, pero con la reducción de vuelos, mi única opción era quedarme varada en algún lugar en el camino, y no era ideal.
Granadilla Podcast es un espacio donde converso con peruanas como yo que dejamos nuestra ciudad de origen para arraigarnos en un nuevo lugar y no siempre es fácil. Cada vez que termino de grabar un episodio me quedo con muchas preguntas y no siempre encuentro respuestas. La verdad me tomó casi 8 meses entender que yo también era una migrante, y que tengo que vivir la experiencia a plenitud para pasar la prueba. Decidir ser migrante, sea por gusto o necesidad, es agregarle un nivel de dificultad a la vida que tenías planeada, es lo que es y hay que aprender a vivir con eso.
He llorado mucho las veces que sentía que mis derechos de movimiento se iban reduciendo, pero luego pensaba que mi situación está bien. Tengo casa, un esposo que me ama, un trabajo, una perra y un hámster que me mantienen entretenida. También pensaba en aquellas mujeres que están a punto de dar a luz y no pueden tener a sus padres ahí, o aquellas que sufrieron pérdidas y no pueden ir o traer a algún familiar para consolarse. Hay tantas regulaciones de movimiento y la gran mayoría de ellas no piensa en nosotros, los migrantes, que pertenecemos a un aquí pero también a un allá.
Si eres migrante, aquí estoy para ti. Escríbeme a hola@randomana.com o déjame un comentario. También puedes buscarme en Facebook, Twitter e Instagram. Si eres migrante y estás por pasar la navidad sin compañía, avísame, estoy aquí para ti. La vida del migrante es constantemente sortear dificultades: ciudadanía, cultura, idioma, etc., y al final del camino, eres mitad de aquí, mitad de allá, y nunca más de un solo lugar.